Los consejos evangélicos como conversión ecológica y relacional

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Los tres consejos evangélicos muestran el camino hacia la conversión ecológica y hacia una vivencia equilibrada de las tres grandes pulsiones humanas: la brama del tener (pobreza), la ambición del poder (obediencia) y el deseo del valer (castidad).

Estos consejos son válidos para todos los cristianos, laicos o religiosos, solteros o casados, pues todos están llamados a la perfección evangélica[1]. Quien los vive serenamente supera la concupiscencia, a todos los niveles, y es capaz de establecer relaciones gratuitas, oblativas y libres. Surge así una eco-espiritualidad que sana de raíz el consumismo del “usa y tira” y el narcisismo de quienes utilizan al prójimo sin sentirlo como hermano, a la vez que capacita para escuchar el grito de la tierra y el grito de los pobres.

 Pobreza para ser libres y hermanos

El consejo evangélico de la pobreza mira a orientar adecuadamente la brama del poseer, a la que también responde la ética económica. Se evita así el consumismo, la acumulación estéril de bienes económicos y la avaricia, al tiempo que se libera el corazón para acoger a todos, sin temores ni reservas. En efecto, el consumismo «distrae el corazón e impide valorar cada cosa y cada momento» (LS, n. 222). El pobre de espíritu reconoce que necesita de los otros y no los ve como rivales, sino como compañeros de camino.

La pobreza no debe ser vivida como renuncia frustrante, sino como camino de libertad, pues permite establecer relaciones auténticas. En efecto, «la pobreza y la austeridad de san Francisco no eran un ascetismo meramente exterior, sino algo más radical: una renuncia a convertir la realidad en mero objeto de uso y de dominio» (LS, n. 11).

«Espero también que en nuestros seminarios y casas religiosas de formación se eduque para una austeridad responsable, para la contemplación agradecida del mundo, para el cuidado de la fragilidad de los pobres y del ambiente» (LS, n. 214).

La desapropiación interior evita el esclavizar y el ser esclavo de las criaturas, al tiempo que capacita para contemplarlas, admirarlas y valorarlas en su justa medida. Sin esa libertad interior, la vista se nubla y la belleza languidece.

 Obedecer y escuchar, en vez de dominar

El consejo evangélico de la obediencia invita a encauzar adecuadamente la ambición del poder, a la que responde también la ética política, evitando la tentación del prevalecer y dominar. Necesitamos superar visiones deformadas que presentan la obediencia como sumisión ciega y la autoridad como obstáculo a la propia libertad.

Cuando se respeta la dinámica de la oposición polar[2], la obediencia recupera su sentido etimológico de apertura a quien está delante (ob-udire). El sujeto obediente escucha al prójimo, lo acoge como alguien diverso y, al mismo tiempo, hermano. Obedeciendo no anula su libertad o autonomía, sino que la potencia ulteriormente, pues desarrolla lo más noble de su ser: la apertura, el diálogo y la escucha.

Esto lleva a recuperar también el sentido etimológico de la autoridad, que deriva de augere: hacer crecer[3]. Quien ejerce la autoridad no debe ser una asfixiante figura paternalista, sino un hermano, que acompaña, sostiene y sirve de guía en el crecimiento personal.

Francisco de Asís quería escuchar y obedecer «no únicamente a solos los hombres, sino también a todas las bestias y fieras, para que puedan hacer de él todo lo que quieran, en la medida en que les fuere dado desde arriba por el Señor»[4]. En efecto, «para el creyente contemplar lo creado es también escuchar un mensaje, oír una voz paradójica y silenciosa» (LS, n. 85). El «saber escuchar es una gracia inmensa» (JCS 2016, 7).

El faraón representa al hombre encerrado en sí mismo, incapaz de relacionarse serenamente con los demás. Su negativa a escuchar equivale a no creer: «¿Quién es Yahvé para que yo deba hacerle caso, dejando salir a Israel?» (Es 5,2). Rechazando a Dios, rechaza también a los hombres y ocasiona las diez plagas[5]. En efecto, quien está lleno de sí mismo percibe al otro como una amenaza y no lo escucha. Hoy predomina «un ser humano desaforadamente entusiasmado con la posibilidad de dominarlo todo sin límite alguno, [y esto] sólo puede terminar dañando a la sociedad y al ambiente» (LS, n. 224).

 Castidad para encauzar el deseo del valer

El deseo del valer, de ser tenido en cuenta y apreciado, al que responde también la ética de la persona, de la cultura y de la comunicación, se encauza adecuadamente con una vivencia serena del voto de castidad. El hombre casto no ve la realidad en función de sí mismo ni busca estrujarla para colmar sus pulsiones y carencias afectivas.

La relación que cada uno establece consigo mismo «genera un determinado modo de relacionarse con los demás y con el ambiente» (LS, n. 141). Una adecuada integración de la propia identidad y autoestima capacita para establecer relaciones serenas. En línea con la dinámica de la oposición polar, la persona bien integrada afectivamente no plagia al otro ni lo reduce a una prolongación de sí mismo, sino que respeta y acepta gozosamente la peculiaridad de cada uno y le ayuda a que sea él mismo.

En el ámbito comunicativo, un obsesivo deseo del valer lleva, por ejemplo, a rivalizar por tener más amigos o más “me gusta” en Facebook. El sujeto establece relaciones superficiales que le llevan a «una profunda y melancólica insatisfacción» (LS, n. 47). Necesitamos aprender a valorizarnos en modo crítico y realista, también cuando no obtenemos satisfacciones o no somos suficientemente populares[6].

En lugar de caer en el narcisismo, que todo pone al servicio de las propias sensaciones y experiencias, la persona de corazón puro se abre a la alteridad y ama afectuosamente todo lo que le rodea. Logra así valorar cada una de las criaturas «con afecto y admiración» (LS, n. 42).

 Conclusión

En un mundo hiperconectado, con frecuencia olvidamos la importancia de las relaciones interpersonales y somos incapaces de «tomar contacto directo con la angustia, con el temblor, con la alegría del otro y con la complejidad de su experiencia personal» (LS, n. 47). Una vivencia equilibrada de los consejos evangélicos hará posible restaurar esas relaciones fundamentales del ser humano: con Dios, consigo mismo, con los otros y con la creación, que se corresponden con los cuatro niveles del equilibrio ecológico: «El interno con uno mismo, el solidario con los demás, el natural con todos los seres vivos, el espiritual con Dios» (LS, n. 210).

Poco antes de su muerte, Fr. Giacomo Bini, exministro general OFM (1997-2003), afirmaba: «La palabra profética del carisma hoy, más que la pobreza, incluso más que la castidad, más que la oración… es la de las relaciones fraternas»[7]. Y añadía: «La primera estructura de la Orden no es el convento, sino el fraile menor y el fraile menor en relación» (Ibid., 12). Por eso, «si queréis construir algo importante, empezad por la confianza y el respeto a la diversidad» (Ibid., 21).

Para potenciar las relaciones interpersonales, necesitamos también la mirada estética, la profecía contemplativa y el camino de la belleza, que ayudan a ampliar los «horizontes más allá de los conflictos»[8]. Anticiparemos así el «Reino de justicia, de paz, de amor y de hermosura» (LS, n. 246) hacia el que caminamos unidos a todas las criaturas.

p. Martín Carbajo Nuñez, OFM


[1] cf. LG 42. Estos párrafos sobre los consejos evangélicos, insertados en un contexto más amplio: Carbajo Núñez M., «“Todo está conectado”. Las relaciones interpersonales a la luz de la Laudato si’», in Sequela Christi 46/2 (2020) 117-130; Id., Ecología franciscana. Raíces de la Laudato Si’, Ed. Franciscana Arantzazu, Oñati, 2016.

[2] Cf. Carbajo-Núñez M., «Polar opposition» (15.04.2022), in Internet: https://www.alfonsiana.org/blog/2022/04/15/polar-opposition/

[3] Cf. Lincoln B., L’Autorità. Costruzione e corrosione,Einaudi, Torino 2000. Se ha relacionado también con la palabra auctor, que significa promotor.

[4] Francisco de Asís, «Saludo a las virtudes», 16-18, en Rodríguez Herrera I. – Ortega Carmona A., Los escritos de San Francisco de Asís, Espigas, Murcia 22003, 182-205; Cf. Carbajo Núñez M., Ecología franciscana. Raíces de la Laudato Si’, Ed. Franciscana, Oñati 2016.

[5] Ex 7-11. El corazón del faraón se endureció, y no les hizo caso. Ex 7,13.22; 8,11.15; 9,12.

[6] Hemos desarrollado este tema en nuestro libro: Carbajo Núñez M., “Todo está conectado” Ecología integral y comunicación en la era digital, Paulinas, Lima 2019.

[7] «”La parola profetica del carisma oggi, più che la povertà, addirittura più che la castità, più che la preghiera… è quella delle relazioni fraterne!”. E aggiungeva: “La prima struttura dell’Ordine non è il convento, ma il frate minore e il frate minore in relazione. […] Perciò, se volete costruire qualcosa cominciate dalla fiducia e dal rispetto della diversità”» (Ibid. 12). Bini fr. Giacomo, «Ultima conferenza», Frascati (7.05.2014), [Bini], p. 6, en Internet: https://ofmroma.files.wordpress.com/2014/08/noi-si-semina-fr-giacomo-bini.pdf

[8] Francisco, «Querida Amazonia. Exhortación apostólica post-sinodal» (2.02.2020), [QA], n. 104, LEV, Ciudad del Vaticano 2020.

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